La materia y el espíritu son dos lados de la misma moneda. Lo que medimos es materia, lo que sentimos, espíritu. La materia representa cantidad, el espíritu nos habla de calidad. Sin espíritu la materia no tiene vida. Un árbol también tiene cuerpo y espíritu; hasta las piedras que parecen inertes contienen su espíritu. No hay dicotomía, ni dualismo, ni separación entre materia y espíritu.
El problema no es la materia, sino el materialismo. Tampoco hay problema con el espíritu, pero el espiritualismo sí es problemático. En el momento que encapsulamos una idea o un pensamiento en un ‘ismo’ creamos los cimientos del pensamiento dualista. El universo es uni-verso: una canción, un poema, un verso. Contiene formas infinitas que bailan juntas en armonía, cantan en concierto, se equilibran en la gravedad, se transforman en evolución, mientras el universo mantiene su entereza y su orden implicado. Oscuridad y luz, arriba y abajo, izquierda y derecha, palabras y significado, materia y espíritu se complementan, cómodos en un abrazo mutuo. ¿Dónde está la contradicción? ¿Dónde está el conflicto?
La vida alimenta a la vida, la materia alimenta a la materia, el espíritu alimenta al espíritu. Los tres se alimentan entre sí. Existe reciprocidad total. Esta es la visión global oriental, una visión global antigua, una visión global que existe en las tradiciones tribales de las culturas preindustriales en las que la naturaleza y el espíritu, la tierra y el cielo, el sol y la luna, existen en reciprocidad y armonía eternas.
Las culturas dualistas modernas ven la naturaleza salvaje, la supervivencia de los más fuertes, la desaparición de los débiles y los mansos, el conflicto y la competición, como la única verdadera realidad. Desde esta visión global emerge la noción de una ruptura entre la mente y la materia. Una vez separadas la mente y la materia, el debate comienza sobre si la mente es superior a la materia o la materia es superior a la mente.
Esta visión global de escisión, ruptura, conflicto, competición, separación y dualismo, también ha engendrado la idea de la separación entre el mundo humano y el mundo natural. Una vez establecida esta separación, los humanos se consideran la especie superior, dedicada a controlar y manipular la naturaleza para su uso personal. En esta visión del mundo, la naturaleza existe para beneficio del ser humano, para ser convertida en propiedad y poseída, y si se protege y conserva la naturaleza, es sólo para el beneficio humano. El mundo natural –plantas, animales, ríos, océanos, montañas y cielos– queda vacío de espíritu. Si es que existe el espíritu, se limita al espíritu humano. Pero incluso eso es dudoso. En esta visión del mundo, a los humanos también se les considera nada más que una formación de material, moléculas, genes y elementos. La mente se considera como una función del cerebro, y el cerebro es un órgano en la cabeza y nada más.
El espíritu en los negocios.
Esta noción de existencia sin espíritu puede ser descrita como materialismo. Todo es materia: tierra, bosques, alimento, agua, agricultura, literatura y arte, son mercancías que se compran y venden en el mercado –el mercado mundial, el mercado de divisas-, el mercado llamado libre. Este es un mercado de ventaja competitiva, un mercado sin piedad, un mercado en el cual la supervivencia de los más fuertes es el más importante imperativo: los fuertes en competición con los débiles para obtener la mayor porción del mercado para sí mismos. Se establecen monopolios en nombre de la competición libre. Cinco cadenas de supermercados controlan el ochenta por ciento de los alimentos vendidos en el Reino Unido. Cuatro o cinco corporaciones multinacionales gigantescas, como Monsanto y Cargill, controlan el ochenta por ciento del comercio internacional en alimentos. Los huertos pequeños y familiares no pueden competir con los grandes y se ven forzados a dejar de existir. Este es el mundo del cual el espíritu ha sido ahuyentado. Negocio sin espíritu, comercio sin compasión, industria sin ecología, finanzas sin justicia, economías sin equidad, sólo pueden alentar la desarticulación de la sociedad y la destrucción del mundo natural. Sólo cuando el espíritu y los negocios trabajan juntos puede la humanidad hallar un propósito coherente.
El espíritu en la política.
Del mismo modo que el materialismo dirige las ciencias económicas, dirige también la política. En lugar de ver las naciones, regiones y culturas del mundo como una comunidad humana, el mundo se percibe como un campo de batalla entre naciones en competición entre sí para obtener el poder, la influencia y el control sobre las mentes, los mercados y los recursos naturales. Los intereses de una nación se ven en oposición con los intereses nacionales de las demás. El interés nacional de la India está opuesto al interés nacional de Pakistán. El interés nacional palestino y el interés nacional israelí; el interés nacional estadounidense y el interés nacional iraquí; el interés nacional checheno y el interés nacional ruso, etcétera… la lista es larga. Y de esa manera tenemos políticas polarizadas: “Si no estás con nosotros, estás contra nosotros”, se ha convertido en el raciocinio dominante. Y si no estás con nosotros no sólo estás contra nosotros, formas parte del eje del mal.
Esta es la política vacía de espíritu. ¿Qué podemos esperar de tal política más que rivalidad, conflicto, carreras armamentísticas, terrorismo y guerras? Los políticos hablan de democracia y libertad, pero persiguen el camino de la hegemonía y el interés personal. ¿Cómo puede una versión particular de la democracia y la libertad servir para todo el mundo? No puede haber democracia y libertad sin compasión, reverencia y respeto por la diversidad, la diferencia y el pluralismo. La compasión, la reverencia y el respeto son cualidades espirituales, pero la política fundada en el materialismo considera que los valores del espíritu son inconsecuentes, utópicos, idealistas, irreales e irracionales. ¿Pero adónde nos han llevado las políticas del poder, del control y del interés personal? La Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría, la guerra de Vietnam, la guerra en Kashmir, la guerra en Irak, el ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York. De nuevo, la lista es muy larga. Política sin espíritu ha demostrado ser un gran fracaso y, por consiguiente, deberíamos reanudar los lazos entre la política y la espiritualidad.
El espíritu en la religión.
A veces las palabras espiritualidad y religión se confunden, pero la espiritualidad y la religión son distintas. La política debe estar libre del constreñimiento de la religión, pero no debe estar libre de valores espirituales. La palabra religión viene de la raíz latina religio, que significa anudar con la cuerda de ciertas creencias. Un grupo de personas se junta, comparte un sistema de creencias, permanece unido y se apoya. De esta manera la religión te anuda, mientras que la raíz del significado de la palabra espíritu está asociada con el aliento, con el aire. Todos podemos ser espíritus libres y respirar libremente. La espiritualidad trasciende las creencias. El espíritu nos mueve, nos inspira, toca nuestros corazones y refresca nuestas almas.
Cuando una habitación ha permanecido cerrada mucho tiempo, el aire se hace rancio. Cuando entramos en la habitación después de unos días, la encontramos agobiante y abrimos las puertas y las ventanas para dejar que corra el aire fresco. Del mismo modo, cuando las mentes han estado cerradas demasiado tiempo necesitamos un avatar radical, un profeta, que abra las ventanas para que nuestras mentes y pensamientos rancios se ventilen de nuevo. Un Buda, un Jesús, un Ghandi, una Madre Teresa, un Rumi, una Hildegard de Bingen aparece y deshace las telarañas de las mentes cerradas. Es cierto que no necesitamos esperar a que vengan tales profetas: nosotros podemos ser nuestros propios profetas, descerrajar nuestros propios corazones y mentes y permitir que el aire fresco de la compasión, la generosidad, la divinidad, la sacralidad se escampe por nuestras vidas.
Los grupos y las tradiciones sagrados tienen un papel importante. Nos inician en una disciplina de pensamiento y práctica; nos proveen de una infraestructura; nos ofrecen un sentido de comunidad, de solidaridad, de apoyo. Un brote tierno necesita una maceta y una estaca que le apoyen en las tempranas etapas de su desarrollo, o el entorno de un invernadero que le proteja de la escarcha y los vientos fríos. Pero cuando adquiere la suficiente fuerza necesita ser plantado en campo abierto para que pueda desarrollar sus propias raíces y convertirse en un árbol maduro. Del mismo modo las órdenes religiosas hacen de invernaderos para las almas inquietas. Pero al final cada uno de nosotros necesita establecer sus propias raíces y encontrar la divinidad de manera individual.
Existen muchas buenas religiones, muchas buenas filosofías y muchas buenas tradiciones. Debemos aceptarlas todas y aceptar que las diferentes tradiciones religiosas satisfacen la necesidad de distintas personas en distintos tiempos, en distintos lugares y en distintos contextos. Este espíritu de generosidad, inclusividad y reconocimiento es una cualidad espiritual. Cuando las órdenes religiosas pierden esta cualidad, se convierten simplemente en meras sectas que protegen sus propios intereses creados.
Actualmente las religiones institucionalizadas han caído en esta trampa. Para ellas el mantenimiento de instituciones se ha convertido en algo más importante que ayudar a sus miembros a crecer, a desarrollarse y a descubrir su propio espíritu libre. Cuando las órdenes religiosas se concentran en mantener sus propiedades y sus reputaciones, pierden su espiritualidad y entonces ellas, también, se convierten en un negocio sin espíritu. Igual que es necesario restaurar el espíritu en los negocios y en la política, también necesitamos restaurar el espíritu en la religión. Esto puede parecer una proposición extraña, porque la misma razón de ser de cada religión es buscar el espíritu y establecer el amor universal. La realidad nos demuestra lo contrario. Las religiones han hecho mucho bien pero también han hecho mucho mal, y podemos ver por todos lados que las tensiones entre cristianos, musulmanes, hindúes y judíos son causas principales de los conflictos, de guerras y desarmonía.
La rivalidad entre las religiones cesaría si se dieran cuenta de que las fes religiosas son como ríos que desembocan en el mismo océano de espiritualidad. Aunque los diversos ríos con sus distintos nombres alimenten distintas regiones y distintas gentes, todos proveen la misma cualidad de alimento. No existe conflicto entre ríos. ¿Por qué debe haber conflicto entre religiones? Sus teologías o sistemas de creencias pueden ser diferentes, pero la espiritualidad es la misma. La espiritualidad es lo importante. El respeto hacia la diversidad de creencias es un imperativo espiritual.
Espiritualidad y cambio social.
Igual que los negocios, las políticas y las religiones necesitan retomar sus raíces espirituales, también los movimientos medioambientales y pro justicia social necesitan adquirir una dimensión espiritual. Actualmente la mayoría de movimientos que abogan por el cambio social se concentran en campañas negativas. Presentan escenarios de perdición y penuria y se convierten en reflejos virtuales de las instituciones que critican.
El verdadero ímpetu para la sostenibilidad ecológica y la justicia social proviene de visiones éticas, estéticas y espirituales. Pero este enfoque se pierde cuando los organizadores quedan atrapados en metas falsas, tales como sus deseos de atraer la atención de los medios o su necesidad de obtener más miembros para sus organizaciones. Estos deseos se convierten en fines en sí mismos y se olvida la presentación de una visión holística, inclusiva y constructiva. El amor hacia la naturaleza y el valor intrínseco de toda la vida, humana y no humana, es el terreno esencial en el que deben echar raíces los movimientos medioambientales y pro justicia social. La base de todas las campañas es la reverencia por la vida, y ésta es una base espiritual. No existe contradicción entre campañas pragmáticas y conceptos espirituales. El programa político de Mahatma Ghandi estaba fundado sobre valores espirituales. El Movimiento pro Derechos Civiles de Martin Luther King, Jr. tenía sus raíces en una visión espiritual. Los movimientos contemporáneos medioambientales y de justicia social también requieren ese amplio punto de vista global en lugar de limitarse a la ciencia de la ecología y las ciencias sociales.
Espiritualidad y ciencia.
Se suele creer que la ciencia y la espiritualidad son como agua y aceite: no se pueden mezclar. Esta es una noción errónea. La ciencia necesita la espiritualidad y la espiritualidad necesita la ciencia.
Cuando la ciencia abandona las limitaciones de las dimensiones moral, ética y espiritual, e intenta lograr todo lo que es lograble, experimentando con todo sin tener en cuenta las consecuencias, entonces la ciencia conduce a las tecnologías de armas nucleares, ingeniería genética, clonaje animal y humano y productos envenenantes que contaminan la tierra, el agua y el aire. Es peligroso dar a la ciencia carta blanca para dominar las mentes humanas y para subyugar el mundo natural. La ciencia contemporánea ha adquirido tal estatus de superioridad que actualmente domina y controla la industria, el negocio, la educación y la política. Algunos de sus experimentos resultan ser tan burdos y crueles que traspasan los límites de la civilización. Los valores éticos, morales y espirituales son esenciales para moderar el poder de la ciencia.
En la medida que la ciencia necesita la espiritualidad, la espiritualidad necesita la ciencia. Sin una cierta cantidad de destreza racional, analítica e intelectual, la espiritualidad puede fácilmente convertirse en un ejercicio sectario y egoísta. Yo fui monje durante nueve años, persiguiendo mi propia purificación y salvación. Vi el mundo como una trampa y la espiritualidad como el camino de mi liberación del mundo. Entonces encontré en mi camino las escrituras de Mahatma Gandhi. Él dijo que no existe dualismo entre el mundo y el espíritu. La espiritualidad no es sólo cosa de santos. No se limita a órdenes monásticas o cuevas en las montañas. La espiritualidad es la vida diaria, desde el cultivo de alimentos a su cocción, el acto de comer, lavar los platos, barrer el piso, construir la casa, elaborar la ropa y velar por los vecinos. Debemos llevar la espiritualidad a todas las facetas de nuestras vidas: la política, los negocios, la agricultura y la educación. Y debemos hacerlo desde un punto de vista científico.
Ese fue un concepto tan inspirador que decidí abandonar la orden monástica y regresar al mundo cotidiano.
Para acabar, mi enfoque es que no hay dualismo y separación entre la materia y el espíritu. El espíritu contiene a la materia y la materia al espíritu, pero los hemos separado y hemos hecho del espíritu un asunto privado y hemos permitido que la materia sola domine nuestra vida pública. Necesitamos subsanar esta separación urgentemente. Sin tal reparación, el mundo material, la Tierra misma, seguirá sufriendo consecuencias catastróficas, y las sabidurías espirituales seguirán siendo percibidas como ideales, esotéricas, prácticas de otros mundos que son totalmente irrelevantes para nuestra existencia cotidiana.
Cuando seamos capaces de reparar esta separación seremos capaces de inculcar el espíritu en los negocios, en el comercio y en la economía. Seremos capaces de crear una política que funcione para todos. Nuestras religiones no serán divisivas, al contrario: se convertirán en una fuente de sanación y servirán para resolver conflictos. El movimiento en favor de la sostenibilidad ambiental y la justicia social inspirará en lugar de agitar y, personalmente, los seres humanos se sentirán más cómodos consigo mismos y con el mundo que los rodea. La unión de materia y espíritu, de negocio y espíritu, de política y espíritu, de religión y espíritu, y de activismo y espíritu es la más importante unión requerida en nuestro tiempo.
La gente siente hambre de alimentos espirituales, este hambre no puede ser satisfecho con bienes materiales. Por eso, la gran labor que tenemos en nuestras manos es la de crear un espacio y un tiempo para que la gente descubra su propia espiritualidad igual que la espiritualidad de los demás.
No debería ser necesario que yo defendiera el caso del espacio espiritual, pero porque durante los últimos varios centenares de años la cultura occidental ha seguido negando el espíritu y ha estado ocupada con elevar el estatus de la materia, nuestra sociedad y nuestra cultura han perdido el equilibrio y la integridad. Para restaurar este equilibrio he señalado la importancia del espíritu. En un mundo ideal la gente reconocería que el espíritu siempre se halla implícito en la materia. Tradicionalmente, así es como era. La gente peregrinaba hacia montañas y ríos sagrados, la vida se consideraba sagrada e inviolable. Reconocíamos la dimensión metafísica de los árboles. El árbol que habla, el árbol de la sabiduría y el árbol de la vida expresan la cualidad espiritual implícita del árbol. El imperativo más importante de la vida es recuperar esta sabiduría perenne.
Satish Kumar
Fuente: Poc a poc
Fuente: Poc a poc
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