Participá en Sincronicidad Consciente a través de Facebook, ingresá a https://www.facebook.com/SincronicidadConsciente
El miedo no esta en nuestras vidas para entorpecernos, sino para hacernos más sabios.
Si viéramos la posibilidad del aprendizaje en todo cuanto vivimos, entonces encontraríamos en el miedo a un atento aliado.
Si viéramos la posibilidad del aprendizaje en todo cuanto vivimos, entonces encontraríamos en el miedo a un atento aliado.
No todos tenemos miedo a lo mismo. Existe el miedo a los perros, a la pobreza, a los ascensores, a viajar en avión, a los exámenes, a los cambios, a la enfermedad, etc. Tampoco todos vivenciamos el miedo con la misma intensidad, puede variar desde un leve temor hasta el pánico. Pero en todos los casos, siempre que tenemos miedo es porque sentimos que nuestra integridad psicofísica esta parcial o totalmente amenazada.
Por ejemplo, si no se nadar puede resultarme amenazante una piscina profunda y puedo ver el peligro de ahogarme ante el hecho de tirarme. En cambio, si se nadar disfrutaré del zambullirme sin experimentar miedo. Algo me resulta una amenaza y veo el peligro de terminar herido, porque carezco de los recursos necesarios para evitarlo.
La emoción que vivenciamos como miedo es la que tiene la función de indicar que existe una desproporción entre los recursos que dispongo y el peligro que enfrento (en el ejemplo dado tiene que ver con el no saber nadar y con la profundidad de la piscina); por esto que cuanto más grande sea la desproporción, mayor será la intensidad del miedo.
Lo que para uno es una amenaza, puede no serlo para otro. Escalar la ladera de un precipicio puede no ser intimidante para un experimentado escalador, y sí puede serlo para quien jamás se acerco a una montaña. Porque no todos disponemos de los mismos recursos, es que no todos tenemos miedo a lo mismo. El que le tenga miedo a algo no significa que sea miedoso. Nadie es miedoso, solo se tiene miedo. Todos sentimos coraje en unas circunstancias, al tiempo que experimentamos miedo en otras; porque todos tenemos más recursos disponibles para unas cosas que para otras.
En la evolución de las especies, el miedo tiene una función insustituible. No obstante, cuando alguien tiene miedo, es común escuchar que se lo descalifique diciéndole: “No seas miedoso!, ¡Dale que no te va a pasar nada!, ¡Como le vas a tener miedo a esto!”. Con estas y otras expresiones similares, se dictamina “¡No al miedo!”. Sin embargo, todo miedo tiene su propia razón de ser y una función que cumplir. Si no la descubrimos, es porque no nos acercamos lo suficiente o no lo hacemos adecuadamente como para que se nos devele la coherencia de su sentido.
Cuando no se diferencia la alarma (el miedo) de su función (avisar que hay menos recursos de los requeridos) es que se busca acabar con el miedo en vez de ocuparse de incrementar los recursos. Es como si al sonar una alarma contra incendios, se corriera a desactivarla en lugar de ir a apagar el fuego. El problema no esta en la señal, sino en lo que hacemos con ella.
Tener miedo no es un signo vergonzoso, es una oportunidad de aprendizaje. Si la aprovechamos adecuadamente, siempre terminamos más capacitados.
Cuando nos permitimos sentir el miedo y respetamos su legitimidad, estamos en condiciones más dignas de darnos cuenta en que consiste la amenaza.
Al mirar hacia donde nos señala el miedo, nos encontramos con la parte de uno mismo que se siente amenazada; generalmente es un aspecto desvalido ignorado o maltratado que carece de recursos.
Al entablar un contacto con ese aspecto desvalido, podemos entender certeramente que le sucede.
En un dialogo interno imaginario, podemos preguntarle “Que es lo que necesitas para desarrollar los recursos que te permitan resolver el problema de la amenaza?” Para luego darnos unos segundos y escuchar que nos respondería esa parte que tiene miedo.
Quizás el aspecto que se siente amenazado necesite paciencia, respeto, instrucción, cariño, un guía afectuoso, etc.
Recién cuando sepamos claramente que necesita, tendremos la maravillosa oportunidad de asistirlo eficazmente brindándole lo que él pidió para desarrollar los recursos que precisa. Retomando el sencillo ejemplo de quien siente miedo ante una piscina profunda, posiblemente diga que necesite aprender a hacer un curso de natación. Solo cuando aprenda a nadar, dejara de sentir miedo.
Dejo de sentir miedo cuando detecto cuales son los recursos de los que carezco y los incremento. Entonces será como si el miedo nos guiñara un ojo mientras que da un paso al costado, porque habiendo cumplido satisfactoriamente su función, ya no tendrá nada que señalarnos.
Por ejemplo, si no se nadar puede resultarme amenazante una piscina profunda y puedo ver el peligro de ahogarme ante el hecho de tirarme. En cambio, si se nadar disfrutaré del zambullirme sin experimentar miedo. Algo me resulta una amenaza y veo el peligro de terminar herido, porque carezco de los recursos necesarios para evitarlo.
La emoción que vivenciamos como miedo es la que tiene la función de indicar que existe una desproporción entre los recursos que dispongo y el peligro que enfrento (en el ejemplo dado tiene que ver con el no saber nadar y con la profundidad de la piscina); por esto que cuanto más grande sea la desproporción, mayor será la intensidad del miedo.
Lo que para uno es una amenaza, puede no serlo para otro. Escalar la ladera de un precipicio puede no ser intimidante para un experimentado escalador, y sí puede serlo para quien jamás se acerco a una montaña. Porque no todos disponemos de los mismos recursos, es que no todos tenemos miedo a lo mismo. El que le tenga miedo a algo no significa que sea miedoso. Nadie es miedoso, solo se tiene miedo. Todos sentimos coraje en unas circunstancias, al tiempo que experimentamos miedo en otras; porque todos tenemos más recursos disponibles para unas cosas que para otras.
En la evolución de las especies, el miedo tiene una función insustituible. No obstante, cuando alguien tiene miedo, es común escuchar que se lo descalifique diciéndole: “No seas miedoso!, ¡Dale que no te va a pasar nada!, ¡Como le vas a tener miedo a esto!”. Con estas y otras expresiones similares, se dictamina “¡No al miedo!”. Sin embargo, todo miedo tiene su propia razón de ser y una función que cumplir. Si no la descubrimos, es porque no nos acercamos lo suficiente o no lo hacemos adecuadamente como para que se nos devele la coherencia de su sentido.
Cuando no se diferencia la alarma (el miedo) de su función (avisar que hay menos recursos de los requeridos) es que se busca acabar con el miedo en vez de ocuparse de incrementar los recursos. Es como si al sonar una alarma contra incendios, se corriera a desactivarla en lugar de ir a apagar el fuego. El problema no esta en la señal, sino en lo que hacemos con ella.
Tener miedo no es un signo vergonzoso, es una oportunidad de aprendizaje. Si la aprovechamos adecuadamente, siempre terminamos más capacitados.
Cuando nos permitimos sentir el miedo y respetamos su legitimidad, estamos en condiciones más dignas de darnos cuenta en que consiste la amenaza.
Al mirar hacia donde nos señala el miedo, nos encontramos con la parte de uno mismo que se siente amenazada; generalmente es un aspecto desvalido ignorado o maltratado que carece de recursos.
Al entablar un contacto con ese aspecto desvalido, podemos entender certeramente que le sucede.
En un dialogo interno imaginario, podemos preguntarle “Que es lo que necesitas para desarrollar los recursos que te permitan resolver el problema de la amenaza?” Para luego darnos unos segundos y escuchar que nos respondería esa parte que tiene miedo.
Quizás el aspecto que se siente amenazado necesite paciencia, respeto, instrucción, cariño, un guía afectuoso, etc.
Recién cuando sepamos claramente que necesita, tendremos la maravillosa oportunidad de asistirlo eficazmente brindándole lo que él pidió para desarrollar los recursos que precisa. Retomando el sencillo ejemplo de quien siente miedo ante una piscina profunda, posiblemente diga que necesite aprender a hacer un curso de natación. Solo cuando aprenda a nadar, dejara de sentir miedo.
Dejo de sentir miedo cuando detecto cuales son los recursos de los que carezco y los incremento. Entonces será como si el miedo nos guiñara un ojo mientras que da un paso al costado, porque habiendo cumplido satisfactoriamente su función, ya no tendrá nada que señalarnos.
Juan Antonio Currado
me gusto esta nota, estar atento es saludable lo peor es cuando ante tanto estimulo perdemos el registro de lo que sucede.
ResponderEliminar"LA VALENTIA, ES UN MIEDO CONTROLADO"
ResponderEliminar"EL CHE GUEVARA"