7 sept 2009

¿La confianza mata al hombre?



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Contrariamente al dicho popular, la confianza más que matar al hombre… lo vivifica.

El confiar tiene que ver con la esperanza de que sea posible concretar lo que deseamos de una persona o de alguna situación; es una expectativa que resulta satisfecha infinidad de veces.

Así como se dice que el pez sería el último en descubrir el agua, estamos tan inmersos en redes de reciprocas confianzas que no nos damos cuenta cuanto de nuestro vivir en comunidad/sociedad esta fundado en la confianza. Ejemplos de esto: Me siento en la silla y confío que el carpintero la armo de tal forma que sostendrá el peso de mi cuerpo. Enciendo mi pc y confío en que la compañía de electricidad estará enviando ni más ni menos que 220 v para que funcione debidamente. Acelero el auto confiando en que el mecánico ajusto adecuadamente los tornillos que sujetan las ruedas. Subo a un colectivo y tengo la confianza de que el chofer sabe manejar y que me llevará a destino.
Podría enumerar casi infinitas situaciones y todas corroboran que es regla que la confianza sea correspondida y que la excepción es cuando nuestra confianza es traicionada. Aunque a veces parece lo contrario, es gracias a la confianza que vivimos y nos realizamos…


¿Porque se cree que es más seguro no confiar?

Nuestra capacidad de generalizar es esencial para manejarnos en nuestro mundo. Por ej. Es funcional poder generalizar la experiencia del dolor al haber tocado agua hirviendo y llegar a la generalización de que no conviene tocar agua que este en estado de ebullición; pero llevar esta generalización al extremo de considerar al agua hirviendo como peligrosa y no querer nunca poner a calentar agua, es imponernos una innecesaria limitación.

Por haber confiado, puede que en ocasiones nos metimos en problemas, padecimos daños materiales o quedamos lastimados. En dichas circunstancias, una reacción es la de tomar esa singular experiencia y generalizarla desmesuradamente. En tal caso, se esta ante una generalización disfuncional que lleva a concluir que “la confianza mata al hombre” y que es más seguro no confiar en nadie. Esta creencia es un axioma que actúa como combustible de un círculo vicioso: Creo que es malo confiar > busco experiencias en las que fue traicionada la confianza > refuerzo la generalización > extremo la creencia de que es malo confiar… Mientras se este más inmerso en la retroalimentación de este círculo, más incapaz se es de observar todas aquellas otras situaciones en las que el confiar dio resultados satisfactorios.

Las consecuencias de la falta de confianza suelen ser mucho más nocivas que las derivadas del confiar; estas secuelas van desde la imposibilidad de gestar relaciones y vínculos profundos, hasta comportamientos de índole paranoicos.
Si se apaga la confianza hacia los otros y en nosotros mismos… entonces quedamos encerrados a oscuras y lo que creemos ver en nosotros y en el mundo es solo la proyección de nuestras propias sombras.



Confiado, pero no iluso.

Vivir tras la armadura de la desconfianza resulta poco funcional al despliegue personal y social, pero no por esto se debe creer ciegamente en cualquiera.
Confiar indiscriminadamente siempre en todos, puede ser tan nocivo como el no confiar nunca en nadie. Poner “las manos en el fuego” por cualquier persona que recién conozco, solo sirve para aumentar las probabilidades de padecer “quemaduras”.

Quizás, la intención positiva del refrán “la confianza mata al hombre” es prevenirnos que lo que puede matar es ser iluso y no el ser confiado; pero por confundirse ambos términos y ser una afirmación tan genérica, resulta ser “peor el remedio que la enfermedad”.

La confianza es una construcción gradual que va creciendo en la intimidad del vínculo con quien me voy dando a conocer y voy conociendo.

Si en una escala de 0 a 10, el 0 equivaldría a la mínima confianza y el 10 a la máxima; sería imprudente relacionarme desde una confianza de nivel 10 con alguien que recién conozco. Pero tampoco podría iniciar un vínculo si lo hago desde el nivel 0 (además, si el otro llegara a hacer lo mismo, sería como una fría partida de ajedrez en la que nadie se anima a hacer el primer movimiento).

Así como en el derecho nadie es culpable hasta tanto se demuestre lo contrario, podría parafrasearse que todos somos confiables hasta tanto se demuestre lo contrario… y se requiere perspicacia para advertir cuando, justamente, los indicios demuestran lo contrario.

Hay ocasiones en las que confiamos en alguien y luego tenemos señales (algún hecho objetivo y/o cierta intuición subjetiva) que nos alertan de poner reparos y resguardarnos, porque a lo mejor esa persona no resulta ser tan merecedora de nuestra entera confianza. Si de inmediato actuamos congruentes con dicha alerta, podemos evitar o minimizar consecuencias perjudiciales.
Muchas veces, en cambio, recién estamos conociendo a alguien y porque algún aspecto de ella encaja con lo que necesitamos encontrar… nos sentimos reconfortados y apresuradamente suponemos que toda ella es así. Aferrados a la ilusión de creer conocerla por completo, damos por sentado que procederá igual que nosotros en determinadas circunstancias. Esto opera de forma tan estereotipada que, a pesar de comenzar a tener evidencias de que no es como creíamos y queríamos que fuera, nos negamos a actualizar la imagen/creencia que nos hicimos de quien le brindamos nuestra confianza. Antes que sentir frustradas nuestras expectativas, preferimos sostener a un alto costo la ilusión de creer que es quien necesitamos que sea… en vez de reconocer que es quien realmente es… y tomar los recaudos necesarios para preservarnos.
Ante estas mismas señales de alerta, puede ocurrir también que no las escuchamos porque por algún motivo no resuelto (vergüenza, temor al rechazo, culpa, etc.) queremos evitar “meternos en problemas” y decimos “si” cuando es mejor decir “no”. Obviamente, esta forma precaria de proceder esquiva un problema menor a corto plazo y suele crear un problema mayor a mediano y/o largo plazo.

Cada vez que desoímos los avisos de prudencia, cuando tiempo después volvemos a ver “la película” de cómo se fueron dando las cosas, reconocemos que habían indicios que anticipaban el desenlace final… pero que no les hicimos caso.



A seguir confiando…

La vida no es la ejecución autómata de un guión pre-escrito, sino una aventura que vamos co-creando a cada instante…
No existen pólizas de seguro que den garantías a nuestra confianza. Solo podemos esperar ver las consecuencias de nuestras elecciones, y cuando no nos gusta lo que resulta… hacer las correcciones pertinentes y volver a elegir más sabiamente.

Aunque intentemos minimizar los riesgos cada vez que confiamos, no siempre esta a nuestro alcance prevenir la frustración de que una persona o una situación no resulten ser como deseábamos.
Hay ocasiones en las que confiamos y, sin previo aviso, nos defraudan. En tales casos, es fundamental saber recuperarnos de la frustración. El tener esta experiencia reparadora hará que, aunque carezcamos de seguridad respecto al desenlace externo, nuestra memoria emocional nos recordara que pase lo que pase… puedo sanar las heridas que me hayan quedado. Este saber nos aporta una tranquilidad interna que hace más fácil habitar la incertidumbre de la confianza para que, en vez de cerrarnos en el aislamiento con la estéril compañía de la desconfianza, continuemos abriéndonos esperanzados a la fecundidad de vínculos nutridos por reciprocas confianzas.


Juan Antonio Currado

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