Que un varón maltrate a una mujer, es mucho más que una contienda entre sexos. Es un problema que sufren (cada uno a su manera) mujeres y varones socializados en un modelo de jerarquías humanas respaldadas por la fuerza o la amenaza de fuerza.
Cuando un varón ejerce violencia para someter a una mujer, esta manejándose dentro de la misma lógica en la que nos manejamos para estar en guerra contra la pobreza, combatir el desempleo, derrotar la inflación, pelear el precio, atacar el cáncer, vencer la depresión, etc. Al centrar nuestras relaciones cotidianas en conversaciones de guerra, control, obediencia, competencia y propiedad, estamos participando de una cultura de dominación en la que “la vida es una lucha”; por lo tanto lo único que podemos hacer es “vencer o morir”.
Justificándose en ésa lógica, se reprime y maltrata a todos aquellos aspectos que se creen contrarios a la oportunidad de “vencer”. Así es que se incentivan y exaltan aquellos aspectos considerados vehiculizadores del “triunfo”, tales como la fuerza física, la iniciativa, la acción, la penetración, la exigencia, la tensión, el pensamiento, la razón y la percepción de la individualidad. Y como “la calle esta dura”, se mutilan o minimizan todos aquellos indicios de flexibilidad, capacidad de espera, contemplación, receptividad, sensibilidad, relajación, sentimiento, intuición o percepción de conjunto; considerándose a éstos aspectos quizás decorosos, pero poco prácticos para “la vida real”. Separado lo útil de lo inútil para “pelearle a la vida”, se piensa que los varones son los únicos dotados del primer grupo de las cualidades antes dicha; y que las mujeres son las únicas portadoras del segundo grupo; además, se considera a los aspectos masculinos como los ideales y a los femeninos como déficit o incompletud de lo masculino. En tal convencimiento resulta “natural” que se jerarquice al varón (y a sus atributos masculinos) por encima de la mujer (y a sus atributos femeninos). Así es que para respetar ése orden, los varones deben “ir al frente” y hacerse cargo controlando y sometiendo a las mujeres (y a todo lo que de señales de atributos femeninos), porque “a las mujeres hay que ponerlas en su lugar y tenerlas cortas para que no te dominen”. Si se las deja hacer lo que ellas quieren, se las percibe como una amenaza al orden pre–establecido, el que dice asegurar como vencer en la vida sin morir en el intento.
Sin embargo en la lógica planteada subyacen algunas creencias básicas que se retroalimentan unas a otras y que merecen ser revisadas desde una mirada distinta, la que por supuesto generara experiencias diferentes:
Una de ellas es creer que únicamente el varón tiene atributos masculinos y que sólo la mujer tiene cualidades femeninas. Sin embargo, estas cualidades o energías femeninas y masculinas no son sinónimo de mujer o de varón. Ambas energías están presentes tanto en varones como en mujeres; lo que varía de uno a otro es la proporción presente en cada uno de ellos. Cada conjunto de características constituye una organización funcional específica, y cada ser humano necesita para vivir de ambas calidades de recursos.
Otra creencia que sostiene al razonamiento antes presentado, es el pensar a estos aspectos como categorías separadas y aisladas entre sí, sin oportunidad de fructífera interpenetración.
Por último, esta también la creencia de que los atributos o energía masculina son mejores o superiores, y por lo tanto más valorados que los atributos o energía femenina.
Impulsados desde las creencias planteadas, se instruye a la mujer para exaltar sus cualidades femeninas, porque se cree que se es más y mejor mujer cuanto más energía femenina tenga (caso contrario se la calificara de “marimacho”); y el varón es educado exaltándole las cualidades masculinas, porque se cree que cuanto más energía masculina, más y mejor varón se es (de no ser así, se lo tildara de “maricón”). Se niega toda relación de nutrida complementariedad entre ambos aspectos de una misma unidad. Y si lo mejor y superior es el varón con sus atributos masculinos, para que “las cosas estén cada una en su lugar”, el varón reprime y maltrata no sólo a la mujer (en tanto representante externa de la energía femenina), sino que también reprime y maltrata en su universo interno a todos aquellos aspectos que tengan que ver con lo femenino. Por otra parte, la mujer recibe como “normal” su supuesta inferioridad respecto al hombre, e intenta conformarse cultivando sus aspectos femeninos; para lograrlo, reprime todo lo que tenga que ver con su energía masculina, o la subordina a los quehaceres de sus funciones femeninas.
Por supuesto que ante el hecho consumado de una mujer dañada y maltratada por el abuso de un varón, ella requiere ser asistida adecuadamente y debe detenerse inmediatamente la acción de del varón que maltrata; pero ese es solo un aspecto de la situación. Observándose este problema de manera más amplia y profunda, se ve que en esta batalla librada entre dos mitades de la humanidad sufren y pierden tanto hombres como mujeres. Ambos desaprovechan la fecunda oportunidad de vivir en la complementariedad interna y externa de las energías femenina/masculina; y eternizan (con alto costo de sufrimiento) la lucha interna contra aquellas cualidades consideradas poco dignas para su sexo. .
Cuando cada una de las energías masculina/femenina se disocian una de la otra, les falta el opuesto complementario que facilita un equilibrio armónico y vivificante. Entonces, al no poder disponer de los recursos aportados por el opuesto complementario faltante, la energía que queda presente se extrema y distorsiona; aquí es cuando el varón se entrona como dominador violento y la mujer resulta súbita víctima dominada.
Como “con las mujeres si te haces el tierno perdes”, el varón que golpea a una mujer (entrenado en vivir todo problema como un obstáculo que le impide alcanzar su meta) esta ejecutando impotentemente el único recurso estereotipado para derribarlo: la violencia. Si a alguien se lo entrena para “ser martillo”, es lógico que busque el lado “clavo” de las cosas para golpearlas y sentirse útil. Cuando la mujer es golpeada por el varón, también esta ejecutando impotentemente el estereotipo aprendido: adaptarse pasiva y sumisamente a cualquier adversidad impuesta; porque si bien sabe que “hay amores que matan”, no sabe decir “basta” porque no encuentra recursos internos para hacerlo.
En tanto a mujer y a varón les falte el armónico equilibrio entre las cualidades o energías masculina/femenina (para autoregularse interna y externamente), estarán impedidos de hacer crecer los recursos disponibles que les posibilitara elegir el más adecuado para resolver cada problema que les toque vivir.
En tanto comunidad, es imperioso reivindicar el valor e importancia de la energía femenina, no solamente en mujeres y varones, sino también en todas las organizaciones e instituciones sociales, y así co-crear una cultura en la que la complementariedad solidaria sea una realidad.
Cuando un varón ejerce violencia para someter a una mujer, esta manejándose dentro de la misma lógica en la que nos manejamos para estar en guerra contra la pobreza, combatir el desempleo, derrotar la inflación, pelear el precio, atacar el cáncer, vencer la depresión, etc. Al centrar nuestras relaciones cotidianas en conversaciones de guerra, control, obediencia, competencia y propiedad, estamos participando de una cultura de dominación en la que “la vida es una lucha”; por lo tanto lo único que podemos hacer es “vencer o morir”.
Justificándose en ésa lógica, se reprime y maltrata a todos aquellos aspectos que se creen contrarios a la oportunidad de “vencer”. Así es que se incentivan y exaltan aquellos aspectos considerados vehiculizadores del “triunfo”, tales como la fuerza física, la iniciativa, la acción, la penetración, la exigencia, la tensión, el pensamiento, la razón y la percepción de la individualidad. Y como “la calle esta dura”, se mutilan o minimizan todos aquellos indicios de flexibilidad, capacidad de espera, contemplación, receptividad, sensibilidad, relajación, sentimiento, intuición o percepción de conjunto; considerándose a éstos aspectos quizás decorosos, pero poco prácticos para “la vida real”. Separado lo útil de lo inútil para “pelearle a la vida”, se piensa que los varones son los únicos dotados del primer grupo de las cualidades antes dicha; y que las mujeres son las únicas portadoras del segundo grupo; además, se considera a los aspectos masculinos como los ideales y a los femeninos como déficit o incompletud de lo masculino. En tal convencimiento resulta “natural” que se jerarquice al varón (y a sus atributos masculinos) por encima de la mujer (y a sus atributos femeninos). Así es que para respetar ése orden, los varones deben “ir al frente” y hacerse cargo controlando y sometiendo a las mujeres (y a todo lo que de señales de atributos femeninos), porque “a las mujeres hay que ponerlas en su lugar y tenerlas cortas para que no te dominen”. Si se las deja hacer lo que ellas quieren, se las percibe como una amenaza al orden pre–establecido, el que dice asegurar como vencer en la vida sin morir en el intento.
Sin embargo en la lógica planteada subyacen algunas creencias básicas que se retroalimentan unas a otras y que merecen ser revisadas desde una mirada distinta, la que por supuesto generara experiencias diferentes:
Una de ellas es creer que únicamente el varón tiene atributos masculinos y que sólo la mujer tiene cualidades femeninas. Sin embargo, estas cualidades o energías femeninas y masculinas no son sinónimo de mujer o de varón. Ambas energías están presentes tanto en varones como en mujeres; lo que varía de uno a otro es la proporción presente en cada uno de ellos. Cada conjunto de características constituye una organización funcional específica, y cada ser humano necesita para vivir de ambas calidades de recursos.
Otra creencia que sostiene al razonamiento antes presentado, es el pensar a estos aspectos como categorías separadas y aisladas entre sí, sin oportunidad de fructífera interpenetración.
Por último, esta también la creencia de que los atributos o energía masculina son mejores o superiores, y por lo tanto más valorados que los atributos o energía femenina.
Impulsados desde las creencias planteadas, se instruye a la mujer para exaltar sus cualidades femeninas, porque se cree que se es más y mejor mujer cuanto más energía femenina tenga (caso contrario se la calificara de “marimacho”); y el varón es educado exaltándole las cualidades masculinas, porque se cree que cuanto más energía masculina, más y mejor varón se es (de no ser así, se lo tildara de “maricón”). Se niega toda relación de nutrida complementariedad entre ambos aspectos de una misma unidad. Y si lo mejor y superior es el varón con sus atributos masculinos, para que “las cosas estén cada una en su lugar”, el varón reprime y maltrata no sólo a la mujer (en tanto representante externa de la energía femenina), sino que también reprime y maltrata en su universo interno a todos aquellos aspectos que tengan que ver con lo femenino. Por otra parte, la mujer recibe como “normal” su supuesta inferioridad respecto al hombre, e intenta conformarse cultivando sus aspectos femeninos; para lograrlo, reprime todo lo que tenga que ver con su energía masculina, o la subordina a los quehaceres de sus funciones femeninas.
Por supuesto que ante el hecho consumado de una mujer dañada y maltratada por el abuso de un varón, ella requiere ser asistida adecuadamente y debe detenerse inmediatamente la acción de del varón que maltrata; pero ese es solo un aspecto de la situación. Observándose este problema de manera más amplia y profunda, se ve que en esta batalla librada entre dos mitades de la humanidad sufren y pierden tanto hombres como mujeres. Ambos desaprovechan la fecunda oportunidad de vivir en la complementariedad interna y externa de las energías femenina/masculina; y eternizan (con alto costo de sufrimiento) la lucha interna contra aquellas cualidades consideradas poco dignas para su sexo. .
Cuando cada una de las energías masculina/femenina se disocian una de la otra, les falta el opuesto complementario que facilita un equilibrio armónico y vivificante. Entonces, al no poder disponer de los recursos aportados por el opuesto complementario faltante, la energía que queda presente se extrema y distorsiona; aquí es cuando el varón se entrona como dominador violento y la mujer resulta súbita víctima dominada.
Como “con las mujeres si te haces el tierno perdes”, el varón que golpea a una mujer (entrenado en vivir todo problema como un obstáculo que le impide alcanzar su meta) esta ejecutando impotentemente el único recurso estereotipado para derribarlo: la violencia. Si a alguien se lo entrena para “ser martillo”, es lógico que busque el lado “clavo” de las cosas para golpearlas y sentirse útil. Cuando la mujer es golpeada por el varón, también esta ejecutando impotentemente el estereotipo aprendido: adaptarse pasiva y sumisamente a cualquier adversidad impuesta; porque si bien sabe que “hay amores que matan”, no sabe decir “basta” porque no encuentra recursos internos para hacerlo.
En tanto a mujer y a varón les falte el armónico equilibrio entre las cualidades o energías masculina/femenina (para autoregularse interna y externamente), estarán impedidos de hacer crecer los recursos disponibles que les posibilitara elegir el más adecuado para resolver cada problema que les toque vivir.
En tanto comunidad, es imperioso reivindicar el valor e importancia de la energía femenina, no solamente en mujeres y varones, sino también en todas las organizaciones e instituciones sociales, y así co-crear una cultura en la que la complementariedad solidaria sea una realidad.
Maltrato entre varones y mujeres. by Juan Antonio Currado. is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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